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Nuestro Interrail por Benelux: Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo en tren

    Hacer un interrail por Europa siempre había estado en nuestra lista de sueños viajeros, y finalmente nos lanzamos a la aventura con una ruta por el Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo).
    Queríamos recorrer lo máximo posible en pocos días, movernos en tren, improvisar, y vivir esa sensación de libertad total que solo un Interrail Pass puede darte.

    Así que mochila a la espalda, gorro bien calado (el frío nos sorprendió desde el primer minuto) y… ¡a por nuestra aventura interrail!


    Bélgica: primer destino de nuestro interrail Europa

    Nuestro viaje comenzó con un vuelo rumbo a Bruselas, la capital de Bélgica y punto de partida perfecto para descubrir el país.
    Nada más salir del aeropuerto, el frío nos recibió de golpe. Tuvimos que sacar los gorros antes de lo previsto, pero la emoción del inicio del viaje nos mantenía calientes.

    Bruselas: chocolate, gofres y una plaza espectacular

    Desde el aeropuerto fuimos directos al centro para visitar la Grand Place, una plaza adoquinada enorme, rodeada de edificios impresionantes y llena de vida.
    El aroma a chocolate nos acompañaba por cada calle; por todas partes había pastelerías, bombonerías y puestos de gofres irresistibles.

    Cuando conseguimos convencer a Bea de que ese día no caeríamos en la tentación (spoiler: no duró mucho), nos dirigimos al símbolo más conocido de la ciudad: el Manneken Pis.
    La verdad, esperábamos algo más grande y majestuoso, pero ahí estaba, el pequeño niño meón rodeado de turistas sacando fotos. Aun así, nos sacó una sonrisa.

    Esa noche cenamos unas hamburguesas para recuperar energía y entramos en calor con un té bien caliente. Como buenos interrailers, decidimos pasar la noche en la estación para coger el primer tren del día siguiente hacia Brujas.
    Y para matar el tiempo… nos volvimos adictos a los sudokus. (Al final del viaje ya nos considerábamos profesionales 😂).


    Brujas: la Venecia del Norte

    Amanecimos en Brujas, una ciudad de cuento situada a unos 90 km de Bruselas. Su casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, nos dejó sin palabras.
    Calles empedradas, canales preciosos, fachadas de ladrillo, cisnes paseando por el agua… no exageramos al decir que es una de las ciudades más encantadoras de Europa.

    Nos sorprendió lo limpia y cuidada que estaba. Pasear por sus canales es como entrar en una postal: cada esquina es fotogénica.
    Podríamos haber pasado horas simplemente observando el reflejo de los edificios en el agua.


    Gante: entre canales y arquitectura flamenca

    De Brujas tomamos un tren de media hora hasta Gante, una ciudad que se sitúa justo entre Bruselas y la costa.
    Lo primero que hicimos fue buscar un mapa en la oficina de turismo y lanzarnos a recorrer sus calles.

    Aunque guarda un aire similar a Brujas, Gante nos pareció más juvenil y animada, con un ambiente universitario muy chulo.
    Aprovechamos para comer allí, hacer fotos (incluida una en modo cómic que nos encantó) y disfrutar del ambiente antes de seguir hacia nuestra siguiente parada: Amberes.


    Amberes: leyendas, arte y manos por todas partes

    Amberes fue nuestra última parada en Bélgica antes de cruzar fronteras. Es la segunda ciudad más importante del país, y decidimos visitarla porque nos quedaba de camino.

    Aquí aprendimos una curiosidad: el nombre Amberes viene del flamenco Antwerpen (de hand werpen, que significa “lanzar una mano”).
    Cuenta la leyenda que un gigante cortaba las manos a los marineros que se negaban a pagarle, hasta que un héroe local le derrotó y lanzó su mano al río.
    Desde entonces, verás estatuas y galletas con forma de mano por toda la ciudad. ¡Una tradición tan macabra como interesante!

    Tras un día intenso, subimos a un tren nocturno rumbo a Ámsterdam, y mientras el traqueteo nos arrullaba, nos preparamos para descubrir nuestro segundo país del interrail.


    Países Bajos: canales, bicicletas y libertad

    Después de varios trenes y cabeceos de sueño, llegamos a Ámsterdam.
    Y, ¡por fin un día soleado! Aunque el frío seguía ahí, decidimos tumbarnos un rato en el césped para descansar y absorber el ambiente relajado de la ciudad.

    Ámsterdam: arte, queso y vida callejera

    Nuestra primera parada fue la Museumplein o Plaza de los Museos, donde se concentran varios de los museos más importantes.
    Queríamos visitar el Museo Van Gogh, pero estaba cerrado por mantenimiento, así que entramos al Diamond Museum, con entrada gratuita.


    Fue curioso ver el proceso de tallado de diamantes y, sobre todo, observar cómo algunas personas gastaban en joyas más de lo que costaba todo nuestro viaje 😅.

    Después, fuimos a la Cheese Factory, muy cerca de Plaza Dam, donde nos recibieron con una deliciosa degustación de quesos.
    Más tarde visitamos una iglesia que se había reconvertido en mercadillo de ropa vintage, ¡una mezcla entre arte y comercio muy original!

    Por la tarde no podía faltar una visita a un coffee shop típico, seguido de un paseo por Chinatown y el Barrio Rojo.
    Aunque sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, verlo en persona nos impactó. El ambiente es muy liberal y diferente, pero también hay locales con música en vivo y muy buen rollo.

    Esa noche dormimos en un albergue (con más frío que comodidad, pero con mucha historia que contar) y al día siguiente pusimos rumbo a La Haya.


    La Haya y Madurodam: Holanda en miniatura

    El día amaneció nevando —porque un poco de nieve siempre da más épica a los viajes—, y nos fuimos a visitar Madurodam, un parque en miniatura donde están reproducidos los principales monumentos de los Países Bajos a escala 1:25.

    Nos encantó. Cada detalle está cuidado con mimo, y en varios puntos hay audioguías interactivas que te cuentan curiosidades.
    El parque estaba cubierto de nieve, lo que le daba un toque mágico, y como compensación por el mal tiempo nos invitaron a un chocolate caliente. ¡Planazo!

    Por la tarde seguimos explorando en tren: Maastricht, Utrecht y Rotterdam fueron nuestras siguientes paradas rápidas, disfrutando del simple placer de mirar por la ventana del tren y ver cómo el paisaje cambiaba.

    Al amanecer del día siguiente, ya estábamos en nuestro último país: Luxemburgo.


    Luxemburgo: pequeña, fría y encantadora

    Nuestro interrail Benelux llegaba a su fin y el frío parecía acompañarnos hasta el último día.
    Luxemburgo es una ciudad pequeña, ideal para caminar sin rumbo y descubrirla poco a poco.

    Está dividida en dos zonas:

    • La Ville Haute (la ciudad alta), donde están los edificios administrativos y la famosa Ciudad de la Justicia.
    • La Ville Basse (la ciudad baja), un entramado de calles con puentes y miradores que ofrecen vistas de postal.

    Subimos a uno de los miradores más emblemáticos, desde donde se aprecia la mezcla perfecta de naturaleza, arquitectura y esa calma tan característica del país.
    El paisaje nevado parecía una postal navideña viviente. Fue una forma preciosa de despedir nuestro viaje.


    Una última sorpresa en Bruselas

    Nuestro vuelo de regreso salía desde Bruselas, así que volvimos para pasar la última noche allí.
    Eran las ocho de la tarde, no teníamos alojamiento y ya nos veíamos durmiendo otra vez en una estación…
    Pero el destino (y un error informático) nos tenía preparada una sorpresa.

    Encontramos un hotel de 4 estrellas por solo 12 € para los dos 😱.
    El precio real era 120 €, pero el buscador lo había mostrado mal.
    Cuando llegamos, la recepcionista no podía creerlo. Tras unas llamadas y un poco de insistencia, ¡aceptaron el precio publicado!

    Después de una semana de frío y kilómetros, dormir en una cama gigante, con calefacción y edredones mullidos, fue un auténtico lujo.
    Fuimos a cenar algo cerca (porque ahora sí que nos “sobraba presupuesto” 😂) y dormimos como bebés.

    A la mañana siguiente, con las pilas recargadas, dimos nuestro último paseo por Bruselas, comimos cerca de la Grand Place, y pusimos fin a esta aventura inolvidable.

    Nuestro Interrail Benelux fue una experiencia única: trenes, ciudades de cuento, noches en estaciones, anécdotas inesperadas y paisajes que se quedarán con nosotros para siempre.
    Viajar con un Interrail Pass te enseña a improvisar, a disfrutar del camino tanto como del destino, y a descubrir Europa desde una perspectiva diferente.


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